viernes, 2 de abril de 2010

Una reflexión sobre Angol y el terremoto

Señor Director y Editor: Acabo de estar 10 días en Angol. Visité a los escasos parientes que allí viven y también estuve con antiguos amigos y amigas. La conversación en estos encuentros giró alrededor de las vivencias de ese amanecer del 27 de febrero. Después pasamos a la situación familiar y las consecuencias habitacionales.
En muchas de estas personas se ha quedado el miedo, y éste se manifiesta en cada momento, particularmente cuando sobreviene una réplica sísmica. Es comprensible el miedo ante estos eventos de la naturaleza, más aún cuando son tan devastadores; es connatural también que el miedo permanezca en el comportamiento cotidiano de las personas por largo tiempo. Este miedo, tal vez, se vaya mitigando, aliviando y terminando con el apoyo de profesionales especialistas y alguna ayuda farmacológica, tal vez. Recuerdo los miedos posteriores a los terremotos de 1949 y 1960, miedos que fueron esfumándose con el retorno a la actividad del día a día.
Recorrí Angol ampliamente y, con prolijidad observé las casas derruidas; la devastación es considerable. Como ciudadano de a pie me atrevo a deducir que las casas que cayeron o quedaron inhabitables fueron aquellas que no tenían otra posibilidad dada su precaria calidad de materiales, escasa o nula mantención durante años y, naturalmente, la antigüedad de ellas. Son construcciones que en mi memoria visual se han mantenido durante 60 ó más años; quiero decir, que no son visiones recientes. Entonces, en muchos casos, estaba sorprendido que no hubiesen caído antes. Esta opinión pudiera fastidiar la percepción de muchos angolinos pero, con ella sólo pretendo invitar a dar otras miradas.
El problema por venir es que muchas de esas construcciones derruidas pertenecen a personas o familias antiguas que poseen sus propiedades desde muchos años y, ahora han quedado en una situación precaria, tal vez sin techo. Y, actualmente estas personas o familias -por edad, limitación de ingresos, imposibilidad de acceder a créditos, etc.-, no están en condiciones de iniciar un nuevo proyecto habitacional. Entonces, ¿qué hacer?, ¿cómo enfrentar ese difícil devenir?, ¿qué caminos tomar?. No tengo propuesta que ofrecer, sin embargo, creo que los afectados, en conjunto con las organizaciones ciudadanas, autoridades y comunidad debieran buscar respuestas e intentar soluciones plausibles.
Las circunstancias y la situación específica han llevado a que no sólo las personas -como individuos-, estén abrumadas e inmovilizadas, sino que, como colectivo -como sociedad-percibo Angol en una suerte de inmovilidad, paralizado frente al reto de construir futuro. No basta el hecho de “yo reparo mi casa y se acabó el cuento”, esto sería muy mezquino; creo que es necesario discutir acerca de “qué sociedad, qué ciudad deseo que construyamos en donde yo pueda habitar y vivir”.
Percibí mucho lamento, mucho quejido, especialmente de las autoridades locales : “Angol no existe para nadie, no está en las noticias, no hemos recibido ningún tipo de ayuda, ninguna autoridad de gobierno ha venido por estos lados, hemos sido olvidados, etc. etc”. Me pregunto ¿podría haber sido de otro modo cuando la emergencia y urgencia provocada era tan grande, tan amplia territorialmente, tan desmesurada en otras localidades?. Bueno habría sido que casi al instante hubiese aparecido la/el presidente, ministros u otros personajes importantes y, en un recorrido mediático hubiese dicho “¡vamos a tomar todas las medidas para reconstruir Angol!”. Esto, ¿habría cambiado la situación en los 30 días ya corridos?; probablemente no. Pero lo que queda, lo que se transmite, es el discurso del líder/los líderes hacia los liderados.
Con la perspectiva que pudieran dar los años recorridos, el conocimiento y cariño sobre Angol y también el conocimiento de muchas otras localidades del país, me atrevo a decir que no sólo ahora “Angol no existe para nadie, que no está en las noticias o que ha sido olvidado”; creo que hace mucho tiempo la sociedad angolina se ha encapsulado en si misma y no ha sido capaz de salir al aire o salir a tomar otros aires. Es el espíritu o motivación de esa sociedad el que ha quedado empantanado y no tiene ni vislumbra un proyecto de ciudad para salir de esta catástrofe.
Ricardo Rioseco

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