martes, 12 de mayo de 2009

Día del Teatro

Victoria.- (Iván Vera Pinto) En nuestro país se ha institucionalizado el 11 de mayo como el Día Nacional del Teatro, en conmemoración del natalicio del destacado actor y director, Andrés Pérez Araya, quien fuera el máximo representante del teatro popular. En ese escenario, los teatristas de diferentes regiones han organizado ciclos de obras, farándulas y fiestas ciudadanas con el propósito de posesionar el espíritu mágico que tiene las artes escénicas en las plazas, calles, universidades, sindicatos, colegios y en todos los lugares donde el hombre vive y trabaja.
Es evidente que en los últimos años el Estado ha tenido una preocupación mayor por el teatro y las artes en general, ello se demuestra en los distintos fondos concursables creados, de los cuales pueden participar teatristas emergentes y consagrados. La misma ministra de cultura Paulina Urrutia declaró que existen 65 proyectos de infraestructura que se construirán a lo largo del país hasta el 2010, lo que permitirá crear una red de difusión artística en todo el territorio nacional. Sin embargo, para muchos artistas este apoyo estatal es insuficiente y demandan la existencia de una política cultural de mayor sustancia en contenido. Uno de estos críticos es el dramaturgo y director teatral Ramón Griffero, quien sostiene que “Hay un problema grave, se están tratando de hacer cosas que fueron parte del programa de Ricardo Lagos, pero es muy lento. Creo que así como hay política de salud o de educación, también tiene que haber política cultural. Política cultural no es hacer concursos y la política que hay es hacer concursos. No. Política cultural es algo mucho más amplio, es cómo difundo el patrimonio cultural del país” (Diario La Nación, Domingo 1 de Mayo, de 2005)
Sumemos a ello que la difusión que se efectúa de las actividades teatrales es muy débil. Existen pocos medios de comunicación social que tienen el compromiso ético de proyectar el quehacer de los artistas, tampoco el Estado hace una significativa inversión en los canales de prensa nacional para dar a conocer las obras de creadores nacionales y regionales. Los pocos grupos independientes que se atreven a difundir sus trabajos en regiones tienen que inventar “tortuosas” formas de autogestión para salvar difíciles barreras operativas de traslado, difusión y montaje. Las obras de los dramaturgos jóvenes a lo más que pueden aspiran es ganar un fondo concursable, para realizar una limitada edición, la que posteriormente es conocida por muy poca gente, debido que no existe ningún circuito nacional estatal que permita su venta y comercialización.
Si nos situamos en el ámbito local, veremos que existen sólo dos salas medianamente equipada: Veteranos del 79, donde funciona el Teatro Expresión, desde hace 30 años; y, Sindicato de Estibadores Marítimos, donde se presenta la compañía Humberstone, y no hay más en la capital de Tarapacá. Aún se espera la adquisición de la socorrida Casa de la Cultura, aún está en barbecho la entrega del ex cine Tarapacá para las artes locales y aún penan las ánimas en el Teatro Municipal. ¿Qué pasa con la cultura se preguntan los ciudadanos y los artistas locales? ¿Faltan recursos financieros, decisión política o creatividad? Es increíble, pero a los artistas siempre se le han pedido que, con creatividad y pobreza franciscana, lleven adelante sus iniciativas; en cambio, las autoridades aún mantienen su pasividad ante estos temas culturales. Este es un problema nacional. Vivimos un aplastante proceso de globalización, donde la única forma de defender nuestra identidad como país es a través de la cultura. Si no se valora, protege y difunde, la cultura del país va a terminar siendo la cultura de los otros países.
Es por esta razón que los jóvenes teatristas esta semana se tomarán simbólica y alegremente estos espacios culturales abandonados o convertidos en reliquias inertes, para exigir a quienes corresponde la pronta solución a sus sentidas peticiones y para sensibilizar a la gente que, lamentablemente, sigue aceptando pasivamente el descuido y daño que se hace a diario a nuestro patrimonio cultural iquiqueño.

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