miércoles, 8 de diciembre de 2010

Insistir en la porfía

Angol.- (Hugo “Fito” Gallegos)Creer que aumentando el número de carabineros va a disminuir la delincuencia, es casi tan ingenuo como creer que aumentando las horas de leguaje, a los alumnos les irá mejor en la comprensión lectora, cuando lo más largo que leen algunos aventajados alumnos son los avisos económicos donde anuncian el producto “féminas puro filete”.
Viendo el ataque del que fuera objeto un carabinero la noche del 30 de noviembre último, y que por cuya causa, casi fue degollado, apenas pudo presentar una débil defensa con su bastón, cuando en realidad ameritaba sacar la revólver y reducirlo de un balazo, pero si eso hubiera llegado a pasar, habrían saltado algunos irresponsables que andan con los derechos humanos a flor de piel, cuando se trata de delincuentes, en el convencimiento que en la labor policial, la defensa que se debe presentar debe ser proporcional a la del ataque.
Esto para quien jamás ha luchado por su vida y que diariamente trabajan desde un escritorio, puede que tenga sentido, pero los que hemos lidiado con estos parásitos y conocemos el gran respeto que tienen por la vida, nuestro dictamen es uno sólo, permítasele al policía disparar en casos como este, ya que estaríamos en presencia de “casos de defensa propia”, porque la vida de un policía también debe estar protegida por los derechos humanos.
Si entre los encargados de legislar hubiera alguien en contra de mi propuesta, entonces la pregunta del millón es, ¿para qué porta arma de fuego un policía? o ¿por qué mejor no le asignamos una folclórica porotera o un clásico “chancho en bolsa”, sería más barato de mantener y menos peligroso de usar para ambos bandos y si lo que se persigue es igualdad, entonces carguemos al policía de cuchillas de todo tipo, ondas, boleadoras, piedras de todos los tamaños y macanas de distinto calibre y uno que otro uslero para casos específicos de violencia intrafamiliar.
En relación al problema de los alumnos o “filósofos exprés”, la solución es muy sencilla: devolver al profesor su autoridad y que cuando el caso lo amerite, autorizarle para que le peine los rulos de una cachetada, como era antiguamente, y no continuar con la errónea creencia que los niñitos se frustran. Mientras esto no pase, el día del níspero enderezaremos a estos cabros con hipertrofia testicular crónica.
Por otra parte, la educación chilena debe cambiar, reforzando principios, valores y volver a entregarle al profesor su perdida dignidad, con sueldos justos y terminar con las jubilaciones miserables, que ni siquiera alcanza al maestro para comprarse su último, simple y ordinario traje de pino.

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