lunes, 24 de mayo de 2010

27 F, la grieta que desnudo el abandono del patrimonio religioso en la Araucanía


Araucanía.- (Cristian Rodríguez Domínguez, arquitecto y Andrea Saavedra Teigue, profesora de historia) La incorporación de la Iglesia al territorio de Chile es de data remota y esta vinculado al avance progresivo del español hacia el sur, desplazamiento que hizo inminente la ocupación de los territorios de Chile y la Araucanía. Esta última región, tras este proceso comenzó a modificar inexorablemente toda su ancestral estructura, debiendo los mapuches adecuarse a cambios que paulatinamente se fueron incorporando a su modo de vivir a partir de la religión católica. Con un clima adverso, la evangelización surgió como una ardua tarea de salvación, que se inició con el arribo a estos territorios de un gran número de misioneros europeos, siendo los jesuitas primero, luego franciscanos y capuchinos quienes nos dejaron un legado arquitectónico existente hasta nuestros días. Sin embargo, el último terremoto afectó a tres templos históricos, abriendo una grieta que desnudo el abandono y precariedad con que se encontraba el patrimonio religioso de la Araucanía.Introducción
Recién llegado el conquistador español a América, arribaron los eclesiásticos provistos de cruces y envueltos de un manto creencias propias del mundo medieval, cristianas y heroicas, lideran un proceso de exploración y ocupación del territorio descubierto. En caso de la Araucanía, los mapuche “vivían en comunidades esparcidas y libremente confederadas que funcionaban en un nivel de “cacicazgos” incipientes” , las que determinaban su organización social y política, definidas por estructuras jerárquicas delimitadas por el control de la tierra, el que se lograba a través de las relaciones de parentesco establecidas por medio de los matrimonios y la poligamia, articulando una estructura organizativa de linajes patrilineales que permiten por medio de la poligamia ampliar nexos políticos entre familiares, linajes y localidades así emparentadas.
De este modo, en el mismo corazón del territorio indígena, a la llegada de los sacerdotes se fueron esbozando los primeros sueños de cristiandad en las cercanías del río Imperial, rodeado de colinas boscosas. Espacio que vio germinar aquella gesta enorme, pero de muy poca duración, producto del enfrentamiento constante entre español y mapuche, provocando que en poco tiempo, la Araucanía se convirtiera en territorio de conquista y espacio de guerra que durará más de cien años, producto de lo sesgado de las posturas y el notable desencuentro entre dos culturas, que desataron la Guerra de Arauco, conflicto que obligó a los españoles a revisar su conducta frente a la Araucanía e intentar una nueva estrategia en sus relaciones con el mapuche.
Esto lleva a que se instalaran en el país en el año 1593 los sacerdotes de la Compañía de Jesús, orden que llegaría a ser una de las más influyentes en los dos siglos sucesivos, instalando misiones, colegios y conventos en las ciudades recién fundadas. Los jesuitas fueron los primeros en emprender esta travesía de salvación a la Araucanía, territorio hostil y cargado de una arraigada cosmovisión que estos jamás lograron comprender hasta el día de su expulsión en el siglo XVIII.
Uno de los grandes logros de esta congregación fue la denominada Guerra Defensiva, planteamiento que si bien partía de una premisa sesgada sobre el mapuche con el correr de los años, permitió aminorar la rudeza de la Corona Española. Esta labor evangelizadora se realizó a través de correrías evangelizadoras las que no dieron los frutos esperados hasta el día de su expulsión en el año 1771. Tras la expulsión de los Jesuitas, se hace cargo de la Araucanía la Orden de los Franciscanos, los que durante su gestión en esta zona se ven enfrentados al proceso de Independencia de Chile y posterior ocupación de la Araucanía.

La evangelización tras la ocupación de la Araucanía
En la Araucanía el proceso de Independencia de Chile, se vivió de un modo distinto al resto del país ya que esta región para aquella época aún era un territorio autónomo y caracterizado por las relaciones fronterizas entre huincas y mapuche, convirtiéndose a este territorio en una especie de Estado incrustado en otro, como plantea el historiador Jorge Pinto .
No obstante, para mediados del siglo XIX, se consolida la economía del país, lo que permite centrar la mirada en la Araucanía con la clara intención de ocuparlo ha como de lugar, creando estrategias de penetración, siendo el único impedimento la población mapuche que allí habitaba. Iniciándose de este modo un fuerte debate en torno a la necesidad de ocupar dichos territorios y someter a sus habitantes, configurándose un discurso de ocupación de marcado anti-indigenismo, lo que legitimó la acción del Estado, proyectándole a la opinión pública la idea de un mapuche de barbaridad incorregible, que ultrajaba al país y entorpecía su desarrollo, llegando a la convicción de que en la Araucanía habían “indios malos en tierras buenas” , por lo que se hacía inminente eliminar al bárbaro, reducirlo a la civilización y transformarlo en ciudadano, para lo cual el espacio religioso jugaría un rol fundamental.

“Cada misionero, con la linterna de Diójenes en la mano ha recorrido el territorio araucano halándoles del fin que ha tenido el Supremo Gobierno al implantar establecimientos misionales en los principales lugares, centro de las familias indíjenas, haciéndoles comprender, que el misionero no lleva otro faro que le guíe al establecerse entre ellos, que el de sacarlos del oscurantismo en que hasta la fecha vivían, i colocarlos al nivel de la jente culta que pueblan nuestras ciudades” .
Reconociendo la importancia de la evangelización para lograr la ocupación de la Araucanía, desde mediados del siglo XIX la frontera fue constituida como tierra de misiones, para lo cual, fueron convocados la Orden de los Franciscanos quienes se asentaron en el área norte del río Cautín y los misioneros Capuchinos quienes se establecieron hacia el sur de dicho río. De esta manera, franciscanos y capuchinos se incorporaron a la legislación eclesiástica chilena.
“Formando, toda la Araucanía hasta el río Toltén, parte del Obispado de Concepción y al sur de este río del Obispado de Ancud” .
Por otro lado, los mismos misioneros franciscanos con la finalidad de logar una mayor efectividad en sus funciones evangelizadoras decidieron a partir del año 1891 dividir el territorio que les correspondía, esta división se realizó a partir de una línea central ubicada en el valle central que dividió el territorio en dos prefecturas la ubicada al oriente correspondiente a la Prefectura de Chillán y la situada al poniente de esta línea partencia desde este momento a la Prefectura de Castro.
“La Araucanía, territorio entre los ríos Bio-Bio i Cautín, forman ante una sola Prefectura, servida en común por los Colejios de Chillan i de Castro. Pero el año 91 se dividió en dos para el mejor servicio de las mismas misiones. La parte oriente pertenece a la de Chillan, i la del poniente, a la de Castro.
La prefectura del Colejio de Chillan fijo su residencia en Collipulli. Tiene bajo su dependencia ocho Misiones, servidas por diez i ocho misioneros. Las Misiones están establecidas en Temuco, Lautaro, Curacautín, Victoria, Collipulli, Nacimiento, Mulchen i Rucalhue. El territorio de esta Prefectura comprende una gran parte de las provincias de Bio- Bio, Malleco i Cautin, ósea los departamentos de Nacimientos, Mulchen, Collipulli, Mariluan i Temuco” .

En un comienzo, ambos grupos de evangelizadores realizaron incipientes recorridos por la región, proporcionando el bautismo y estableciéndose con dificultad en los nacientes fuertes y sectores rurales. A pesar de, los efectos del catolicismo no diezmaban el carácter indómito del mapuche, el cual resistió por años.
“Cuando los barriles están vacíos, me acerco a un viejo cacique amigo mío, y le pregunto si esta contento de ser cristiano.
-Si- me responde-, pero la ultima vez que fui bautizado se nos dio mucho mas aguardiente” .
Por su parte, los capuchinos se establecen al sur del río Cautín, insertos entre las poblaciones indígenas generando con ello una retroalimentación, lo que permitió a los eclesiásticos alcanzar el objetivo de las misiones, logrando un acercamiento del mapuche y con esto inculcar toda la fe cristiana y la educación. No obstante, esta situación cambia de manera radical producto del proceso de ocupación de este territorio por parte del Estado Chileno, tiempo en el cual esta región nuevamente se transforma en un espacio de guerra.

Tras la ocupación, la presencia de estas ordenes religiosas fue vital a la hora de contener al indígena y principalmente en el ejercicio del poder, ya que los misioneros comenzaron a tener un rol protagónico en el devenir histórico de la región y más aún cuando se impulsa el proceso de colonización, llegando los primeros inmigrantes europeos quienes alejados de sus familias y en un espacio desconocido inician una travesía que necesitó todo el apoyo de la religión. De este modo, la necesidad de convivir en este nuevo espacio implicó que tanto los antiguos como los nuevos habitantes de esta zona recurrieran ahora no solo al catolicismo, sino también al protestantismo, el cual se hizo sentir fuertemente en la región. A diferencia de la religión católica, el protestantismo careció del impulso del Estado, por lo que fue germinando de manera precaria e individual por las colonias, permitiendo entregar otra mirada del evangelio en la región.
Si bien es cierto, que el contexto social de la Araucanía estaba definido entre dos conceptos radicales como “progreso”, por un lado político y “barbarie”, por un lado espiritual, el rol que le confirió la iglesia fue ser un articulador entre estos dos mundos. Definiendo así la justificación modernizante, si la hacienda a través del cultivo del trigo con una impronta de la “utopía agraria”, generó un acercamiento desde el punto de vista económico, la presencia de la religión impulsada por el Estado, buscaba potenciar desde el punto de vista socio cultural una transformación mayor del individuo, así sumado ambos aspectos convertirían al bárbaro en civilizado.
Este proceso con el transcurso del tiempo permitió que aquella sociedad esencialmente rural viera nacer pequeños poblados, los cuales fueron evolucionando, convirtiéndose muchos de ellos en importantes ciudades, imponiendo una nueva legitimidad territorial y sociopolítica, desarticulando y transformando la “Araucanía Mapuche” en “Araucanía chilena”.
Ese fue uno de los motivos de los religiosos al construir enormes templos, principalmente por los franciscanos quienes llegaron de manera paralela al establecimiento de las líneas defensivas en la Araucanía. Estos edificios eran un gran volumen, de una belleza sin igual, con una expresión de detalles que deleitaban la vista de los visitantes, una rigurosidad extrema, con un trazado simétrico, una fachada imponente de una altura sin igual conocida hasta entonces en los territorios de la frontera.

Formas constructivas de las misiones
Los jesuitas, hicieron dos proposiciones, una encaminada a convertir al “indio” y otra que ponía énfasis en su salvación por la vida sacramental. Los franciscanos en cambio, más intransigentes que los anteriores, fueron presa del desencanto cuando comprobaron cuan difícil era convertir a los indígenas. Los capuchinos, llegados al país al promediar el siglo XIX lograron concretar el ideal franciscano: hacer girar la misión en torno a la escuela.
Por lo anterior, reconstruir la historia de la Araucanía a partir del conocimiento de los cambios generados por la llegada del conquistador español, luego la introducción de las misiones, más tarde del Estado chileno y finalmente la colonización, trajo consigo un proceso de notable diversidad cultural, social y religiosa sin precedentes, transformando casi por completo el ancestral territorio mapuche, cambios que creemos interesantes de analizar ya que permiten comprender una parte importante de la historia de este territorio.
La llegada de los misioneros y su trabajo como difusores de la fe cristiana, logró alcanzar una importancia decisiva en el desarrollo de la arquitectura religiosa y de las diferentes tipologías asociadas a ella, como el convento, el monasterio o la iglesia propiamente tal. Esta última, se presenta como un complejo arquitectónico que adquiere diversos rangos y categorías.
Hay que señalar que las congregaciones, jesuitas, franciscanos y capuchinos, a diferencia de los protestantes, le correspondió operar bajo “fuerzas fronterizas”, lo que generó propuestas diversas entre unas y otras. La diferencia tiene su origen en la forma de entender y predicar el evangelio, raíz de todo el pensamiento y acción del misionero.
Dichas congregaciones, desarrollaron formas constructivas que se caracterizaron por adoptar normalmente los materiales disponibles y los estilos imperantes en la zona de la construcción o reproducidos desde otras latitudes que sirven de modelo, logrando construcciones originales, rudimentarias, pero con un fuerte referente europeo que fueron adaptadas a las condiciones naturales de esta parte del mundo.
Muchos templos fueron diseñados y construidos por arquitectos sacerdotes extranjeros, en el caso de los franciscanos principalmente italianos, alemanes en los capuchinos y norteamericanos en el caso de los metodistas.
El concepto épico ya señalado que dio origen a la aventura de evangelizar la Araucanía se dio bajo una impronta medieval en las edificaciones católicas en la “frontera”. Igualmente, las iglesias responden a esta manifestación con su gran presencia urbana, destacan dentro de un precario entorno de madera extremadamente homogéneo, podríamos afirmar así que fue la primera expresión del espacio arquitectónico tal como lo concebimos hoy, una concepción interior pensada para una función especifica, con una carga semántica muy fuerte debido a la presencia de murales, vitrales y alta carpintería. Tal es el caso del templo San Buena Ventura en Angol, una construcción franciscana de una planta de tres naves, y torre ubicada en la fachada.

“A estos caciques así que iban viniendo los invitaba para el domingo siete del presente, a fin que asistiesen a la celebración de una misa para pedir a Dios por la prolongación de la paz y prosperidad del nuevo pueblo que se iba a formar en bien de ellos” .

Desde el punto de vista urbano, aquella iglesia, era el espacio más significativo de la Araucanía por aquellos años, que pudiera reconocerse como tal, fue inmensamente mayor que la diminuta estación de madera, punto de reunión de los habitantes de los nacientes poblados. Fue extraordinariamente más rica en expresión que un austero molino, el espacio comercial por excelencia. Más enfático que la casa de la hacienda en señalar el poder.
Estas iglesias poseen una planta basilical clásica que deriva de la época romana y que se organiza en cruz latina. La base es un volumen rectangular de albañilería de ladrillo cubierto a dos aguas y está dotado de una fachada principal con una torre que se manifiesta en el centro o bien lateralmente como es el caso de la iglesia de San Francisco en Traiguén.
La cruz latina es la nave central y es recorrida en el fondo por una nave transversal que genera el espacio para el altar. Espacialmente son de 3 naves. Las otras naves son las laterales, generalmente de baja altura. Columnas redondas o pilares cuadrados hechos de roble pellín o laurel separan la nave central de las laterales, así ocurre en la iglesia san Leonardo de Collipulli, san Francisco de Traiguén y san Buena Ventura de Angol. La mayoría luce detalles estriados, frisos dóricos griegos y ventanas hechas como arcos de medio punto y ojos de buey completos.
Pero lejos, la mayor particularidad de estas iglesias es que están pintadas con una elaboración muy inocente. Los motivos son de tipo teológico, figuración geométrica y composiciones florales que forman diversos cuadrantes. Algunos tienen influencia clasicista y otros góticos, pero están hechas por aficionados y no por expertos ni artistas.

Su fachada definida por una simetría, sale al encuentro del visitante y se resalta en la ciudad por sus frontones y torres de madera. El acceso, traspasa aquél elemento rígido y ordenado para proyectarse en un interior lleno de equilibrio, luz y armonía, definida por una secuencia de arcos, sostenidos por unos rígidos pilares de madera, sutilmente recubiertos por piezas que conciertan su carácter clásico.
De esta manera el espacio arquitectónico de la iglesia va definiendo un orden muy bien trabajado de elementos que poco a poco van otorgándole un mayor simbolismo, pilares de madera finamente trabajados, enfatizando su verticalidad propiedad de los franciscanos, molduras cuya secuencia de luces y sombras configura como un todo la cornisa que sirve de apoyo a una sencilla bóveda de cañón, esta en su expresión directa, simple y alegórica. Esa era una de las condiciones interiores del espacio religioso dentro en un espacio de guerra, el reconocer la singularidad y a la vez el conjunto, apelando a lo simbólico.
Al fondo, el altar finaliza en su parte superior la majestuosa bóveda de cañón, profusamente decorada por la iconografía religiosa, una alegoría a santos y paisajes idílicos, reafirmado por la presencia de ángeles. Esta es sin duda, la característica de las iglesias católicas de la Araucanía, en Angol, en el Templo San Buena Ventura, en Collipulli, con la iglesia San Leonardo de Porto Mauricio, y Traiguén con la Iglesia San Francisco y Sagrado Corazón con su esencia llena de simetría y calidez.
Su intención quizás fue marcar aquel umbral que representaba el espacio religioso para la naciente sociedad fronteriza, cuyo vaivén era entre una modernidad y la sencillez propia del espacio religioso, ese fue uno de las principales razones que motivo en un principio a los arquitectos y constructores religiosos durante gran parte de la ocupación. Su trazado perpendicular a la calle, un eje longitudinal la definió en muchos casos el vincular el espacio interior con la trama urbana
De este modo, la iglesia logró ser un referente urbano, y aun lo sigue siendo en muchos pueblos como es el caso de Traiguén y Collipulli, así desde los serpenteantes caminos que daban a un rustico poblado, se erguía de manera serena y gallarda el símbolo más importante de la iglesia: su torre.
En más de 100 años, estas iglesias lograron mantener estoica la misión para la cual fueron levantadas, ser un promotor del espacio de encuentro de la cristiandad en tierras mapuches, mucha de su alegoría aun mantiene viva la llama de esperanza que ejecutaron curas y frailes. Pero también, los mismos años que testimonian su presencia, dan cuenta de un compromiso posterior zigzagueante, ambiguo y descuidado que solo la comunidad ha logrado mantener. Específicamente en el caso de las iglesias franciscanas en varias décadas han dejado de escuchar una misa, disminuyendo su presencia en una comunidad religiosa cada vez más escasa.
Lamentablemente el último terremoto agudizo este hecho, y ahora ha impedido su utilización como ocurría hasta ahora en la iglesia san Buena Ventura y san Francisco, afectando seriamente su estructura, aquella fe convertida en el mortero que unió ladrillo tras ladrillo, se resquebrajo, abriendo una grieta que ha desnudado una vez más el abandono del patrimonio religioso en la Araucanía y cuya recuperación es casi irreversible.

Conclusión
La creciente preocupación por el tema de las identidades, de la historia local y del patrimonio, tangible e intangible, ha llevado a que en vísperas de nuestro Bicentenario como nación independiente se generen estudios que desde las más diversas disciplinas buscan respuesta y plantean nuevas interrogantes. En esta oportunidad, se ha abordado la nutrida presencia religiosa en la Araucanía, desde sus primeras manifestaciones que se remontan a la ocupación de este territorio a mediados del siglo XIX, iniciando así un viaje apasionante por los más diversos espacios cargados de religiosidad, que la arquitectura en madera ha expresado de manera tan noble por todo este vasto territorio.
También, por otro lado señalar que existen vacíos evidentes en la investigación de nuestro patrimonio, específicamente en la región de la Araucanía, por su dispersión en un territorio rural y la poca importancia que a este se le ha dado. A ello se suma, en el caso de las iglesias franciscanas de la Araucanía, ubicadas al norte del río Cautín, el completo abandono en que se encuentran, dependiendo en muchos casos del interés de ciudadanos anónimos quienes se hacen cargo de estos bienes.
El terremoto del 27 de febrero abrió una grieta que años antes no queríamos ver, el estado de abandono, que muchos señalamos con fuerza y que no era escuchado ni el propia iglesia, ni el gobierno regional que dispone de recursos suficientes para iniciar catastros y acciones para su preservación
Mediante este trabajo queremos indicar la necesidad de abordar prontamente, esta otra emergencia que desnudo la fragilidad de un país, pero por sobre todo la ignorancia y desidia con que muchas veces se actúa, desconociendo años de historia cimentada con mucha fuerza en la fe de hombres y mujeres por levantar en tierras mapuches el espacio necesario para la fe y la esperanza.

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