sábado, 14 de abril de 2012

El valor del presente

Victoria.- (Wilson Grajales Muñoz; Pastor, Iglesia Metodista de Chile)
Existen cada semana dos días de los cuales tendríamos que preocuparnos jamás; dos días que tendrían que estar exenta de temores y penas.
Uno de ellos es el AYER, con sus inquietudes, sus faltas, sus errores, sus penas, sus alegrías y sus males. AYER se escapó de nuestras manos, se ha ido para siempre.
Nada podría hacer revivir el día de AYER. No podemos borrar ninguno de nuestros actos, no podemos quitar una sola palabra de las que hemos pronunciado. El AYER no esta mas.
El otro día que no tendría que preocuparnos es MAÑANA con sus adversidades, sus problemas, sus cargas, sus lindas promesas y sus pobres realizaciones.
El MAÑANA está también fuera de nuestro alcance.
MAÑANA el sol se levantará con todo su esplendor o detrás de una pantalla de nubes; pero se levantará.
Hasta el instante no tenemos poder sobre el MAÑANA, porque aún está por llegar.
Nos queda un solo día: HOY. Todas las personas pueden librar un combate en un solo día. Es únicamente cuando usted y yo añadimos el peso de estas dos eternidades: AYER y MAÑANA, que estamos vencidos.
No son las pruebas del día las que enloquecen al hombre, es el remordimiento o rencor que nos ha dejado el AYER y el temor de que nos pueda traer el MAÑANA.
Jesús se refiere a este tema diciéndonos en el Evangelio de Mateo 6:34: “no se preocupen por el día de MAÑANA, porque MAÑANA habrá tiempo para preocuparse. Cada día tiene bastante con sus propios problemas”.
Existen muchas personas que se quedan ancladas en el pasado y lo terrible para ellas es que miran su futuro “con los ojos en la nuca”, lo que les hará vivir el día de MAÑANA cargando sobre sí el peso de un pasado no resuelto.
Jesús pues nos afirma en el concepto de que tomemos en cuenta lo que hoy planificamos, sin angustiarnos por lo que sucederá MAÑANA, porque además el pasado ya no lo podemos cambiar.
Jesús plantea que el día de MAÑANA está bajo sus propósitos y sin duda que El querrá lo mejor para sus hijos.
Los que vivimos bajo el alero del Señor lo hacemos en la firme convicción de que nuestras preocupaciones debemos dejarlas en las manos de El, sin que ese signifique sentarnos a esperar. Dios trabaja con nosotros.

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