jueves, 19 de enero de 2012

En mi cuadro de honor

Victoria.- Patricia Covili
En la mayoría de los establecimientos educacionales, encontramos destacados alumnos, de los distintos niveles, formando parte del cuadro de honor, de igual manera algunas empresas reconocen mes a mes el trabajo de su gente.
He recorrido, señor lector, todas las calles de algunas ciudades y en ningún rincón se destaca a alguien cercano, del hoy, ese que puede relatar cómo hizo frente a las tremendas dificultades, esas que cambiaron el destino de sus días de la noche a la mañana y tuvieron que aprender a contener lágrimas o reír en medio de ellas y ser tan perseverantes al mismo tiempo.
Quiero continuar compartiendo con Ud. este cuadro de honor, que me ha llevado a reflexionar sobre muchas lecciones de vida tan reales y cercanas que nos ayudan a superarnos o a pasar con mayor seguridad cada dificultad, pues no hay quién no sea capaz de dar fe, que en nuestros días hay luces y sombras y que sin darnos cuenta nos movilizamos entre los extremos de la vida, que de un momento a otro puede cambiar totalmente y el impacto de ello dejarse ver, principalmente en su entorno cercano.
Según mis cálculos, he llegado a la conclusión que para sacar un doctorado en algún área específica de un saber y luego de una profesión, se requiere de menos de 800 días de preparación. Sí, y con ello se puede realizar clases en las universidades, dedicarse a la investigación; dictar conferencias y charlas a nivel nacional e internacional movilizándose entre un cuantioso abanico de posibilidades, sin embargo, la señora Judith Venturelli, lleva más de 11.000 días de práctica, con horario continuado, sin respeto a vacaciones y festivos, y aunque a veces cansada, en su mayoría radiante y lozana, y si le visualizamos en una colmena, a los 80 años conserva las características físicas de la abeja reina, pero trabaja al estilo de una obrera, minuciosa y dedicada, sacándole trote a cada minuto, para hacer rendir el día.
Sí, ella es completísima y aunque fuerte y decidida, vibra con lo sensible, trastorna hasta sus propias jornadas con fervorosa pasión, con tal de ver una sonrisa en otros, con gusto y alegría traspasa su doctorado a su entorno, con libros que no alcanza a escribir, manos siempre ocupadas, y por sus responsabilidades, su mente obligada a estar en permanente estado de alerta.
Una gran admiración y quiero manifestarle expresamente, que estoy segura, está presente en el cuadro de honor de todos los hogares que la conocen, porque reúne y congrega, no sólo en su ambiente familiar, sino en los grupos y asociaciones.
Termino expresando: "quien no conoce a Doña Judith Venturelli y su familia, se ha perdido la oportunidad de creer que se puede reconstruir puentes cuando la corrientes de sus ríos desarmaron el suyo”.
Y para quienes tienen historias alentadoras les invito compartirlas aunque sea con sus vecinos, porque lo bueno no lo podemos dejar para que los historiadores del mañana escarben su pasado y luego de ello, se inventen momentos para elevarles bustos en plazas y parques o se empleen sus nombres, sólo para fijar un domicilio, ¿o es que Ud. conoce a quien se le ocurrió ponerle el nombre a su calle y quien es ese sujeto? Quizás, se hubiesen conocido sus historias en su momento y dado las oportunidades para transmitirlas, créame que la humanidad sería mejor. Si no me cree, sólo calcule cuántos nombres hay en las calles de una ciudad. ¿No le parece que puede ser?

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