martes, 6 de septiembre de 2016
CUANDO LA MUERTE NOS VISITA
Victoria.- (Karina Spuler. Psicóloga)A pesar que la muerte está siempre presente, cuando ese momento llega es un impacto muy grande para cualquiera. Las sensaciones de pena, de rabia, de culpa y de frustración pueden ser muy intensas y si no logramos procesar esas emociones, el duelo puede durar mucho más de lo esperado.
¿Cómo procesarlo? Lo primero importante, que parece algo demasiado simple y cliché, es tener la posibilidad de llorar y sacar afuera la pena. No es necesario mantenerse firme, ni demostrar fortaleza a través de negar o disimular las emociones, de hecho, este es el momento más adecuado para darse la oportunidad de ser humanos y dejar que las emociones fluyan.
Lo segundo va de la mano de lo primero, buscar apoyo. Es importante para este momento contar con una red cercana que pueda hacerse cargo de algunas responsabilidades que asumes comúnmente. No me refiero a que realicen todo por ti, pero sí darte una mano en algunas cosas del día que ahora son más difíciles de realizar. Permítete ser ayudado, recuerda que no todo lo tienes que arreglar solo, es importante aprender a desligarse de algunas tareas para poder atravesar este proceso más tranquilamente. Además, mientras más manitos tengamos cerca, mayor posibilidad de tener un espacio de expresión de la pena (paso número uno, recuerde).
El tercer punto importante es comenzar a encontrarle nuevos sentidos a la muerte, dándonos cuenta que es un suceso incontrolable, de lo cual no podemos hacernos cargo, ni tampoco asumir culpas relativas al momento que ocurrió el hecho. La muerte llega, a veces sin previo aviso, otras con meses o años de anticipación, pero siempre llega. No cuando queramos, no cuando hayamos logrado nuestras metas, no cuando estemos bien con todos, no cuando seamos completamente felices. Entender que esto no es una elección, puede hacer un poco más llevadero el proceso.
El cuarto punto tiene que ver con encontrar nuevos sentidos a las emociones “negativas” que se puedan quedar atascadas. Es bastante común sentirse culpables de no haber hecho tal o cual cosa con la persona que muere, o incluso enrabiados por algún acontecimiento que vivieron juntos. Y aquí quiero recordarte algo: todos fallamos, todos nos equivocamos, todos somos injustos en algún momento de nuestras vidas, culparnos por no haber sido “perfectos” o diferentes con esa persona es una petición casi imposible de alcanzar, simplemente porque somos humanos. Asumir nuestras fallas, no quiere decir olvidarnos de aquello que hicimos mal, sino más bien aprender en pos de sanar el presente, con los que realmente aún nos necesitan y con quienes tenemos la oportunidad de ser distintos.
Por último, es importante enseñarnos a mirar lo positivo. Enfocarnos sólo en aquello que no pasó como quisiéramos es muy injusto, para ti y para la persona que falleció. En toda relación habrá momentos malos e incluso extremadamente malos, pero siempre podemos recordar experiencias positivas y enriquecedoras con esa persona. Enfocarnos en esos momentos y en cada pequeño detalle que esa persona entregó, darnos cuenta que tuvimos el privilegio de conocerla(¡imagínate, somos millones de personas en el mundo!), te entregará un poco más de tranquilidad para sobrellevar el proceso.
La muerte no espera, no avisa, no es grata. Sin embargo, es un momento que permite abrirnos a nuevas perspectivas de la vida y desarrollar nuevasformas de relacionarnos con los demás. Puede ser un espacio sanador si lo encauzamos hacia el amor, por quien murió, por uno mismo y por el resto de las personas que siguen con nosotros.
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