jueves, 24 de septiembre de 2015
Que ni el pino nos afecte en el bien superior de la chilenidad
Victoria.- (Andrés Bravo, Periodista)
Nos encontramos en plena fecha de celebración de nuestras fiestas patrias , aquella ocasión del año que el blanco, azul y rojo, lo vemos para el lugar que giremos nuestra mirada y las cuecas son el eco de cada esquina. De seguro aquella manifestación tan expresiva y a la vez explosiva de nuestra chilenidad, termina agotando a muchos, y en otros, es la oportunidad que le otorga el año de aflorar con todo orgullo su chilenidad, las inclinaciones de uno y otro lado son tan variables como cada uno de nosotros, y ese es un síntoma.
No sé si sea su caso, pero al momento de encontrar el eje común de nuestra chilenidad, es complejo apuntar sobre un elemento específico, más cuando la construcción de identidad y la utilización del concepto de patria, por lo general es utilizado como elemento de control de la población. Cuántas veces hemos escuchado la necesidad de actuar por el bien superior de la patria, cuando precisamente ese bien superior, toca justamente a quienes asumen el discurso desde un puesto superior de la sociedad, o de la patria si lo quiere.
A partir de la instalación del modelo social de Chile, y por favor no nos detengamos en consideraciones vacías de izquierda o derecha, solo sobre la base de hechos consumados es que sostengo el punto anterior, hemos visto como los hombres y mujeres de a pie nos hemos despojado paulatinamente de nuestros derechos ciudadanos, junto a la soberanía de participar en la construcción del país o nación, como lo prefiera.
Es en este punto específico, cuando la angustia de sentirnos prisioneros de una vida modelada, hacen resistencia al amor profundo que debemos sentir por el país, al menos en mi caso. Si nos quejamos de las pensiones, de la base del sueldo mínimo, de los intereses crediticios, ya sean bancos o tiendas comerciales, la mala educación a la cual muchas veces se ven sometido nuestros hijos, la brutal desigualdad en la distribución de la riqueza, el alza permanente en el costo de los servicios básicos, la poca representatividad de nuestras autoridades políticas, son alguna de las expresiones de un modelo que fue construido hace ya más de 30 años, y consagrado los últimos 20.
No sé si puedo sostener que siento un amor profundo por Chile, porque lo siento capturado por unos pocos sujetos que nos han echado mano a la cartera, me siento más cercano a plantear un amor profundo por su gente, la de esfuerzo, la que asume que su trabajo es el único camino para salir adelante, la que siente un compromiso a toda prueba por su familia y capaz de soportar muchas cosas en su nombre, donde la dignidad de la tarea bien hecho es la satisfacción de una jornada bien cumplida, quienes en definitiva terminan siendo el capital moral de un país, por cuanto no han sido corrompidos por el afán de poder, por el dinero, o donde conceptos de tráfico de influencias, pitutos, boletas falsas o arreglinis, no son parte de su realidad, donde la corrupción no ha hecho agua, tal como lo vemos en otros seres cada día por la televisión.
Desde hace un tiempo se ha ido germinando la idea de una Asamblea Constituyente, como posibilidad de construir entre todos, las bases de un nuevo país. Chile ya no es el de 30 años y por lo demás tampoco debemos permitir que lo siga siendo, los ejemplos abundan cada día. Considero tremendamente importante la posibilidad de que nos comencemos a informar qué significa la construcción de una nueva constitución. Cada tanto tiempo, y así usted lo ha visto en la historia, el país va generando una de acuerdo a su realidad. No se debe sentir miedo a dar este paso, más allá de las campañas comunicacionales que nos buscan asustar argumentando una complejidad insalvable.
Una nueva constitución nos abre la posibilidad a un país más de todos, donde la opinión de la ciudadanía, por ejemplo, se puede expresar mediante plebiscitos vinculantes que nos permitan decidir en conjunto, la forma de abordar los problemas que tenemos, o proponer en conjunto, mejores condiciones para todos. En síntesis, eso es lo que implica. Y si es más de todos, la bandera, la chilenidad, los colores patrios, serán más nuestros, y esa idea de Chile es la que me enamora y donde seguramente ni el pino de la empaná me molestaría en una celebración tan de todos. Viva-mos Chile.
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