miércoles, 8 de agosto de 2012
El patrimonio cultural en la Araucanía: Resultado de un proceso cosmopolita.
Victoria.- (Cristian Rodríguez Domínguez)
Hasta poco antes de la incorporación definitiva de la Araucanía a la República de Chile, ésta región era habitada por el pueblo mapuche que había permanecido independiente desde la época de la Conquista española en 1536. Los mapuche habían logrado mantenerse libres incluso una vez consolidada la independencia de Chile en 1810. Ejerciendo 274 años de soberanía frente a la Corona española y 71 años de lucha contra la reiteradas tentativas de ocupación de sus tierras por el Ejército del Gobierno chileno.
El naciente Estado ve la necesidad de definir su territorio fuertemente guiado por un espíritu expansionista. De tal modo, aquello que se entiende por “Frontera” que establece él límite del imperio español y ahora el muro donde termina la República representa un obstáculo para el desarrollo y fortalecimiento, convirtiéndose en un peligro para su integridad nacional. Se inicia de esta manera un proceso por su ocupación e integración definitiva.Así, se levantan una línea de fuertes de norte a sur y de oriente a poniente, los que posteriormente se van convirtiendo en poblados que reciben a los comerciantes y colonos configurando un espacio fronterizo que define las ciudades a futuro en la Araucanía.
Este fuerte como emplazamiento se ve sobrepasado por la creciente inmigración que es fomentada por el Estado, una intensa actividad fomentada por el comercio, facilitada por el ferrocarril para explotar econonómicamente una región abundante de bosques y puede ser el salto definitivo hacia el desarrollo, situación que buscaba desarrollar la elite política de fines del siglo XIX. Este fue unos de los principales debates el cómo abordar e integrar la Araucanía al resto del país.
La ocupación de la Araucanía supuso la existencia de diferentes modalidades y etapas de asentamiento en un territorio inexplorado hasta entonces. Desde fines de 1883, empezaron a desembarcar en Talcahuano los primeros colonos europeos que se dirigían a Victoria y Quechereguas, los dos principales centros de colonización.
Siguieron llegando de todas las nacionalidades, alemanes, franceses, ingleses, suizos, belgas, españoles, italianos, rusos y diversos otros. Unos reforzaron las primeras colonias, otros fueron instalados en los nacientes poblados de Ercilla, Quillém, Lautaro, Temuco, Traiguén, Contulmo y Purén. Para 1889 había en las diversas colonias alrededor de 1.200 familias compuestas por 5.000 personas.
Si bien, el espectro humano en la Araucanía es diverso, la situación de la colonización careció de herramientas eficaces en la integración y permanentes en la asistencia a las diversas corrientes, muchas de ellas se desarrollaron con un marcado carácter inclusivo y subyugante, situación que las llevó a generar un desarrollo menguado y excluyente del resto de la población.
Sin embargo, esta situación es opuesta en el área arquitectónica, una apropiación adecuada del paisaje es su característica esencial, la búsqueda de una técnica es la consecuencia lógica de un sincretismo cultural consolidado por los inmigrantes, definiendo una arquitectura de transición entre la zona central y el lluvioso sur.
De esta manera, se construye una imagen del patrimonio cultural tangible en la Araucanía, basado en la común unión entre técnica y paisaje, cuyo resultado final es un diverso paisaje cultural marcado por la presencia de volúmenes de madera, cuyo marco geográfico es la cordillera, la colina o el lago.
La arquitectura de la Araucanía, es rica por tanto en expresión, situación opuesta a su distribución, la cual es dispersa lo que dificulta su registro y valoración. Uno de los ejemplos más notable lo constituye el cordón cordillerano de Nahuelbuta, lugar de ubicación de haciendas, casas rurales, casas urbanas y molinos entre otros.
Todas y cada una de estas expresiones debieron recurrir al material abundante en aquella época, la madera. De madera también fueron las numerosas estaciones que se fueron repitiendo una y otra vez por las líneas de la Araucanía, prototipos de la estación francesa, su adecuación fue en respuesta al factor climático, la presencia de la galería que acoge la espera es su expresión.
Los molinos por otro lado, eran galpones de una sobriedad única, un predominio del lleno sobre el vacío, una esbeltez matizada por las planchas de zinc acanalado y estampado recogían cada brillo del dorado trigo.
La Araucanía, por su diversidad cultural constituye un ejemplo único, fue un centro de convergencia de las culturas europeas y aborigen, abordando la naciente sociedad de manera transversal, en el comercio, agricultura y los más diversos oficios.
Por ello, es imperioso trabajar en su registro, pero más urgente aún es la necesidad de que la comunidad comprenda su importancia en la construcción de una identidad local, que puede tener enorme importancia para desarrollar un plan de gestión en que exista una común unión entre patrimonio y turismo.
Sin duda, un poco tarde se comienza a comprender su valor, en cien años ha desaparecido mucho de su historia, reflejada en cada tabla, cada familia y cada casa que fue construida con un sueño distinto.
Hace más de 100 años se comenzó a vivir nuestro propio proceso de globalización, que comenzamos a comprender recién hoy, pero el nuestro fue de una manera muy distinta: cara a cara.
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