Cada 13 de febrero, al recordar la aparición de «La Aurora de Chile» en 1812, corresponde efectuar un recuerdo de Camilo Henríquez, por el papel que le correspondió desarrollar en la naciente República. Dicho periódico y los que le sucedieron, enseñaron y sirvieron a los chilenos para expresar sus opiniones y confrontar ideas. Así, el periodismo resultó determinante en la formación de la cultura cívica de nuestro país y el ejercicio de la libertad de expresión hizo posible el ejercicio de las restantes libertades propias del nuevo régimen instaurado en Chile. Esto explica la constante preocupación que por su defensa se advierte a lo largo de casi dos siglos. Hoy tenemos plena conciencia de sus beneficios en el perfeccionamiento de las instituciones democráticas por lo que en los últimos años se han adoptado fundamentales medidas para garantizar el ejercicio de la libertad de expresión. Sabemos, sin embargo, que el estatuto de la información no es, por sus implicaciones, todo lo sólido que desearíamos. En efecto, en la segunda mitad del decenio de 1960 parecía haberse logrado su consolidación. Sin embargo, a partir del decenio siguiente se advirtió su esencial fragilidad. Primero fueron el corte de la publicidad fiscal para los diarios opositores y las ocupaciones violentas de sus instalaciones, y después de septiembre de 1973, la desaparición de los diarios gobiernistas y la rígida censura de los que se mantuvieron. Muy lentamente, desde 1990, se ha logrado crear un adecuado marco para el ejercicio periodístico. Pero que debemos cuidar con especial celo la actual situación, lo demuestran las lamentables determinaciones adoptadas en el último tiempo respecto de los medios de comunicación en varios países latinoamericanos.
Hoy se abre a la prensa chilena un nuevo desafío: hacer realidad el acceso de todos los chilenos a las fuentes de información pública. Sólo en la medida en que los contribuyentes sepan en qué forma la Administración está gastando sus ingresos; cuáles son los mecanismos de aprobación de los proyectos diseñados por las dependencias del Estado; quienes y según qué criterios técnicos deciden su aplicación, y cuales son los sistemas de control del gasto público, será posible poner atajo a la corrupción. De paso, este rol de la prensa no hace más que conformar la relevancia que le asigna la propia sociedad y que reconfirma en el respaldo y credibilidad que demuestran diversas encuestas ciudadanas. Este valor adquiere gran importancia en los actuales tiempos de incertidumbre económica, cuando la información se vuelve más necesaria que nunca y tanto lectores como avisadores saben que pueden contar con periódicos y revistas capaces de responder a sus requerimientos.
En el Día de la Prensa los medios de comunicación deben reflexionar, asimismo, sobre su propio quehacer. Esto supone realizar un análisis muy descarnado acerca del cumplimiento sus objetivos de información y, en especial, de la calidad de la labor profesional de sus periodistas. El Consejo de Ética de los Medios de Comunicación de Chile ha llamado la atención repetidas veces en el último tiempo sobre algunas malas prácticas que parecen haberse arraigado en la actividad, y que son contrarias al rigor y a la seriedad que se le exige al trabajo informativo. Sólo una prensa consciente de sus deficiencias y limitaciones está en condición de salvarlas, y así hacer coincidir las exigencias que les hace a los demás integrantes de la sociedad con las que se hace ella misma.
El Día de la Prensa constituye un llamado al que los medios deben responder a fin de que, a pocos años de cumplirse dos siglos del primer impreso chileno, sepan encarar los desafíos de este milenio con la misma solvencia con que «La Aurora de Chile» supo dar las primeras orientaciones para la construcción de la República.
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