Esta vez el nombre llega traducido literalmente y no como *Martes 13. *El viernes es un día nefasto porque en día viernes murió Jesús Cristo; el martes es el día dedicado a Marte, el dios de la guerra.
Sobre el 13 no hay dudas: ésos eran los comensales de la Última Cena. Cabe preguntarse qué sentido tiene volver a hacer una película de argumento y efectos conocidos. La respuesta es una sola: olfato comercial. El equipo formado por el alemán Marcus Nispel, Michael Bay
y Brad Fuller – que ya hizo el *remake *de *La matanza de Texas *– quieren seguir llenándose las faltriqueras de oro con los espectadores que se han incorporado después de los 28 años en que se inició la saga.
Jason Voorhees reaparece en Crystal Lake para matar a jovencitos que sólo quieren divertirse o encontrar marihuana para comercializarla. Tiempo después un muchacho busca a su hermana desaparecida y el centro de la diversión será una casa de descanso en medio del bosque.
Temáticas repetidas: la relación Eros y Thánatos (en este caso sexo y muerte) y jóvenes de familias acomodadas que pagan por su vida disipada. En ese marco casi religioso, se repiten los excesos del cuchillo y otros instrumentos punzantes. Sabemos que todos (o casi todos) van a morir. Lo “entretenido” es saber cuándo y cómo los van a matar. Después, naturalmente, de haber visto abundantes tetitas y popines.
A todo esto se agrega un prólogo, con la madre de Jason armada de machete. Y un epílogo que promete una continuación.
Fuera del reparto, después de 10 secuelas, no hay nada nuevo.
(*Friday the 13th*. USA, 2008)
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