lunes, 11 de febrero de 2008
Ha caído uno de los viejos robles del bosque de Victoria»
Con motivo del fallecimiento del antiguo vecino, Celindo Reuse Meynet, ocurrido en Victoria el pasado 26 de enero, sus restos fueron despedidos en la Iglesia de La Merced, previo a sus funerales el lunes 28 de enero por su hijo Julio Reuse Rodríguez.
«Ciudad que lo cobijó por 92 años, lo vio forjar su destino y escribir su libro de vida terrenal:
En sus páginas resalta el unirse en feliz matrimonio con doña Zule, nuestra querida madre, que lo espera hace casi ya 5 años para el reencuentro en la presencia del Señor.
Formó su familia, a la que pertenecemos, compuesta por dos hijos, 5 nietos y 6 bisnietos, en quienes inculcó principios y valores profundos y firmes; fundamentales herramientas para enfrentar la vida.
A través de su propia existencia fue entregando ejemplos permanentes de enseñanza, con hechos -más que con palabras:
Con un alto espíritu de servicio público y ayuda a la comunidad, (que con toda seguridad nos impulsó a nosotros, sus hijos, abrazar la hermosa carrera de servicio de Carabineros de Chile), demostrado en la formación y pertenencia a diversas organizaciones de su querido Victoria:
La Sociedad Suiza de Beneficencia supo de su accionar habiendo pasado por los más diversos cargos de su directorio; la Sociedad de Socorros Mutuos la Unión Obrera y el Círculo de Amigos del Batallón de Transportes Tren Nº 4, último éste, del cual fue uno de los precursores.
Corría el año 1946 y fruto de ese profundo espíritu de ayuda que le caracterizaba, junto a un selecto grupo de jóvenes dieron vida a la 2ª Compañía de Bomberos de la ciudad, y por ende del Cuerpo de Bomberos de Victoria, entidad que supo de los esfuerzos desplegados no solo operativos, sino que también directivos en que fue su primer director -tengo nítidos recuerdos de la niñez-, viéndolo lucir cansado pero orgulloso su uniforme al regreso de más de algún llamado de incendio, entre los que se cuenta el del hospital local, en uno de ellos tuvo como consecuencia personal la fractura de una clavícula.
A este respecto, quiero hacer un paréntesis para lamentar profundamente que instituciones tan prestigiosas e importantes en el desarrollo y acontecer diario de los pueblos, como es el Cuerpo de Bomberos, vayan perdiendo sus tradiciones; tradiciones que son la base y sustento de las generaciones futuras, al no cumplir con el ritual de despedida que le es propio para con uno de sus últimos fundadores.
El deporte de la pesca y la caza lo desarrolló con singular destreza, en forma individual primero, luego acompañado de sus dos hijos que tempranamente dejamos la casa ante el llamado al servicio público de carabineros, y posteriormente cobijado en el Club Codornices.
De esa etapa intermedia, en que tuvimos en suerte acompañarlo, recuerdo largas y extensas jornadas "barriendo" los potreros, a falta de perro perdiguero él al centro y levemente adelante y nosotros con Roberto a ambos costados en función de cubrir un mayor espacio tendiente a hacer volar o correr su presa. Pocas veces fallaba. Cargaba sus propios tiros y a falta de ellos en más de una ocasión lo vi cazar liebres y conejos a la carrera con un garrote de coligüe, que también lo usaba diestramente para bajar digüeñes de la altura de los robles.
Como delegado de pavimentación urbana disfrutaba con las obras de adelanto a la comunidad, en que no sólo Victoria sino que las ciudades y poblados cercanos hasta Lonquimay supieron de las ventajas del progreso y de las comodidades de contar con aceras y calzadas pavimentadas que personalmente supervisaba y en más de una oportunidad acompañé. El gringo Schifferli -con su pucho- manejaba... y el flaco Adriasola mantenía la oficina.
Su espíritu de superación lo llevó, ya maduro, a obtener título de topógrafo.
Cuando hago este resumen de su vida, se me agolpan un cúmulo de recuerdos que retratan a don Celi, nuestro padre, en toda su dimensión: hombre normal, recto, sincero, honesto a decir basta; servicial, colaborador... un caballero a carta cabal...; diestro en donde lo pusieran.
Supieron de él múltiples asados al palo en que el cordero y la plateada era su preferida; esquilas, capaduras, trillas, muertes de chancho, confección de excelente chicha de manzana y enguindados insuperables, juegos de brisca, de cacho y de póker con amigos y parientes, todo eso y mucho más lo aprendimos de él y consignarlos en detalle sería muy extenso.
Pero... después de esta licencia de recuerdos que me he permitido tomar, quiero a nombre de la familia no sólo agradecer profundamente a familiares y amigos que nos acompañan en estos momentos de oración por el descanso de su alma, mostrando su aprecio y cariño a papá, a aquellos que con mucho esfuerzo han viajado largamente para estar junto a nosotros y en su despedida: tíos y primos desde el norte, Santiago y Viña del Mar y por el sur amigos y familiares desde Quepe y Temuco, junto a mis leales colaboradores de la Cooperativa de Carabineros de Puerto Montt.
Mención especial, con las debidas disculpas si se producen omisiones, a Violeta, por vuestra constante preocupación y apoyo -la fiel Enedina, compañía de años-, Sra. Raquel y Lily en que día y noche le llevaron cuidados, compañía y morigeraron sus dolencias, médicos, enfermeras y practicantes del hospital local y Centro del Dolor, claves en su abnegada labor profesional: Dras. Moncada y Figueroa, Dra. Lara, enfermera Betty Bravo y los practicantes señores Sandoval y Villena; los procupados vecinos San Martín y Henríquez; a mis hermanos Roberto y Chila que se llevaron el peso, la preocupación y también la alegría de estar permanentemente y por años atentos y brindando esos cuidados... que sólo ellos saben cuánto.
Padre Guillermo Cartes, le agradecemos el haber acogido en la casa del Señor a nuestro padre, entregándole los sacramentos necesarios a todo cristiano para que el llamado a su presencia lo encuentre preparado. Gracias por su apoyo espiritual a los que aún tenemos que continuar preparándonos cristianamente, con fe, con obras y acciones que nos den la tranquilidad de espíritu de haber cumplido con los mandatos de nuestro Señor.
Padre querido..., ya no se te verá recorrer tu ciudad querida, con paso seguro hasta el último.
Has tomado tu bastón y tu sombrero para tu último andar hacia la presencia del Señor y juntarte con mamá.
Descansa en la paz del Señor».
Tus hijos.
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