Victoria.- Quiero escribirte estas letras a pesar de la emoción que me embarga por tu repentina partida. Hijo mío, recuerdo tu triste agonía y espero que hoy estés en la casa del Señor Nuestro Dios, reunido con tu madre Lidia y tu hermana Guadalupe. Tengo la convicción y Dios Mediante, que pronto nos reuniremos para seguir unidos en el Reino Celestial. Hoy todos te lloramos y extrañamos, especialmente tus hermanas Cristina, Ema y Marisol, con quienes compartiste gran parte de tu vida.
Quiero agradecer a todos los que estuvieron junto a ti en los momentos más difíciles, especialmente a tu grupo familiar, a los que te cuidaron, a los que te apoyaron y, a quienes sufrieron contigo. También a los Padres Mercedarios del Instituto Victoria, quienes se preocuparon de tu penosa enfermedad y te entregaron los sacramentos espirituales. Asimismo a tus entrañables amigos y amigas, quienes te acompañaron y despidieron en tu última morada.
A mis 98 años, ya estoy un poco cansado. Quisiera seguir escribiendo mis sentimientos, pero mi mente refleja el dolor y la pena que hoy siento por no tenerte junto a mí. Hijo querido, descansa en paz, algún día nos volveremos a encontrar.
Tu padre Gabriel
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