jueves, 5 de junio de 2008
Chile: ¿nuevo destino favorito de las ballenas?
El golfo Corcovado, en Chiloé, rebosa de vida. Desde el aire se pueden ver cardúmenes de krill de hasta 4 kilómetros de largo. Un suculento manjar para la ballena azul.
Rodrigo Hucke-Gaete, creador del Centro Ballena Azul, cuenta que el pasado verano llegó una ballena sei con su cría. La «mesa» la compartían con una ballena jorobada.
Aún no se conocen los alcances de esta tendencia: luego de reproducirse en aguas cálidas, entre los trópicos, no todas las ballenas terminan su viaje en la Antártica. Algunas se quedan en las costas continentales.
Hucke-Gaete lo observó por primera vez en 2003 en los alrededores de Chiloé: ballenas azules se apropiaron del territorio.
Creó el Centro y consiguió apoyo político para protegerlas. Su interés le valió reconocimiento internacional: el Fondo Whitley para la Naturaleza lo premió con £30 mil ($28 millones), más otro tanto para la institución.
«Me siento súper honrado», dice. Gané entre 100 postulaciones. También celebra el anuncio de la Presidenta el 21 de mayo, de declarar a los cetáceos monumento natural del país.
«Pasito a pasito», dice. «Tenemos un reconocimiento de parte del Gobierno de que queremos cuidar estas especies; ahora hay que ir y cuidarlas», proyecta. Es que el problema es que estamos casi ciegos. Además de las observaciones en Chiloé y en Magallanes, donde pulula la ballena jorobada, y tímidos estudios en la zona de Coquimbo y Chañaral, se desconoce si las ballenas han encontrado otros oasis en nuestras costas.
«Nos falta mucho por investigar en nuestras costas. En 2003 se 'redescubrió' a la ballena azul; es ridículo el nivel de conocimiento que tenemos de nuestro mar», sentencia.
Los agentes de turismo han hecho creer que observar ballenas es muy fácil. Pero la realidad es otra.
Osados observadores
Estos mamíferos pasan más del 95% de su vida bajo el agua. Avistarlas científicamente demanda recursos estratosféricos: entre 5 mil y 10 mil dólares un solo día de barco. Además, explica Hucke-Gaete, no sólo se debe estudiar a las ballenas en sí, sino también a todo el ecosistema que las rodea. Hay que estudiar al que come, al que es comido, al que es comido por este último, y así sucesivamente. Si uno desaparece, la cadena se rompe y el equilibrio se esfuma.
La tarea no es fácil. Con 15 años de experiencia, Hucke-Gaete sabe que acercarse en una pequeña lancha a un coloso de 100 toneladas no es juego de niños. Lo hace para ensartarle un pequeño dardo, equivalente a una picadura de mosquito para un humano. Ese dardo extrae un pedazo de piel y uno de grasa. Sus células y su material genético llevan a conocer el sexo del animal; también el parentesco con otros y, además, la relación de la población que está momentáneamente en Chile con las que se muestran en Galápagos o Australia. El mundo para las ballenas es literalmente un pañuelo, por lo que las acciones de conservación deben ser globales.
Protección a tropiezos
A principios del siglo XX, la aparición de los buques factoría propulsó la caza industrial. Separaban allí el aceite, la carne y otros subproductos. Fue tal la mortandad que un grupo de países decidió autorregular las cuotas de captura. En 1946, Agustín Edwards Budge, en ese entonces Presidente de «El Mercurio» y delegado de Chile a la Conferencia Ballenera Internacional (CBI), firmó la adhesión por el Gobierno de Chile. Otros 13 países también lo hicieron.
A fines de los 60 las poblaciones de ballenas estaban tan diezmadas que ya no cabía la posibilidad de repartírselas.
En Estocolmo, Suecia, en 1972 se habló por primera vez de establecer una moratoria de 10 años para recuperar las poblaciones. Fracasó.
En 1979 la CBI creó un santuario de protección en el Océano Índico. Además, prohibió que los buques factoría cazaran. Un año después, EE.UU., Francia y Holanda propusieron una moratoria indefinida. Sólo faltó un voto. Chile se opuso.
Finalmente, en 1986 se establece la esperada moratoria.
En 1998 surgió, finalmente, el santuario antártico.
En sus propias redes
La CBI vive el conflicto de proteger la especie y la posibilidad de la industria ballenera, simultáneamente. Sus estatutos tienen resquicios evidentes de los que aferrarse si se quiere seguir cazando.
Uno, permite a los firmantes objetar las decisiones de la CBI. Con ello, se libran de acatar las normas.
Noruega lo hizo y caza comercialmente desde 1993. Aunque Japón retiró su objeción a la moratoria, presentó otra a la creación de santuarios marinos y declara cazar con fines científicos.
Islandia volvió a la CBI en 2002, presentando una reserva a la moratoria: reanudó la caza comercial en 2006.
Otro artículo permite pedir cuotas de caza para «estudiar la biología y la dinámica poblacional de las ballenas».
Eliminar este acápite, así como la moratoria requiere de 3/4 de los votos.
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