martes, 15 de julio de 2014
Columna: La violencia invisible
Victoria.-
(Karina Spuler, Psicóloga)
Hace un par de meses atrás, me crucé con una señora que iba con 3 niños de no más de 8 años, quienes jugaban a la “tiña”. La señora comenzó a mirarlos muy enojada y a uno de ellos le dijo algo como un “quédate quieto”. Dos segundos después los chicos seguían jugando, ante lo cual la señora tomó el pelo del niño y lo tiró con fuerza. Al pasar por su lado le dije que dejara de tirarle el pelo, que para qué lo hacía. Ella me miró y soltó el pelo. Yo seguí caminando y la volví a mirar, solo por curiosidad, y le digo “esa no es la forma”. Mientras cruzo la calle, mi hija de dos años me preguntó qué le dije a la señora, le respondo y ella me dice “cuando tiran el pelo duele, eso no se hace”.
Aunque mi hija a sus cortos dos años tenía toda la razón, muchas personas -adultas- podrán pensar que la situación no tiene nada de alarmante, que solo fue un “tirón de orejas”. Sin embargo eso es, y siempre será, VIOLENCIA. No es pequeña, ni mínima, ni indolora, ni buena para el aprendizaje de nuestros niños. Es violencia como cualquier golpe duro de una persona a otra. Lamentablemente nuestra sociedad ha justificado por muchos años este tipo de conducta de los padres a sus hijos como una herramienta útil en casos que una lección no se aprenda. Pero esto no es así, ese tirón de pelos lo único que causó en el niño fue dolor y probablemente rabia/miedo si es una medida disciplinaria constante de parte de su cuidadora.
Es compensar mi debilidad como madre o padre de entender las necesidades de mi hijo, o la falta de paciencia y herramientas para llegar a él, con lo más animal que tenemos como humanos. La violencia, en cualquiera de sus formas (gritos, insultos, amenazas, tirones de oreja, palmadas en el poto, etc.) no conlleva a nada positivo. Solo siembra temor, desconfianza, insatisfacción, dolor, sufrimiento. Enseña que los golpes son una medida justificable y viable de utilizar para resolver algo, incluso ejerciéndola hacia nuestros seres queridos, especialmente aquellos indefensos. Por eso les invito a señalar la violencia invisible, a no ser ciegos de una realidad horrible, porque el silencio valida y justifica lo injustificable.
Karina Spuler, Psicóloga
Hace un par de meses atrás, me crucé con una señora que iba con 3 niños de no más de 8 años, quienes jugaban a la “tiña”. La señora comenzó a mirarlos muy enojada y a uno de ellos le dijo algo como un “quédate quieto”. Dos segundos después los chicos seguían jugando, ante lo cual la señora tomó el pelo del niño y lo tiró con fuerza. Al pasar por su lado le dije que dejara de tirarle el pelo, que para qué lo hacía. Ella me miró y soltó el pelo. Yo seguí caminando y la volví a mirar, solo por curiosidad, y le digo “esa no es la forma”. Mientras cruzo la calle, mi hija de dos años me preguntó qué le dije a la señora, le respondo y ella me dice “cuando tiran el pelo duele, eso no se hace”.
Aunque mi hija a sus cortos dos años tenía toda la razón, muchas personas -adultas- podrán pensar que la situación no tiene nada de alarmante, que solo fue un “tirón de orejas”. Sin embargo eso es, y siempre será, VIOLENCIA. No es pequeña, ni mínima, ni indolora, ni buena para el aprendizaje de nuestros niños. Es violencia como cualquier golpe duro de una persona a otra. Lamentablemente nuestra sociedad ha justificado por muchos años este tipo de conducta de los padres a sus hijos como una herramienta útil en casos que una lección no se aprenda. Pero esto no es así, ese tirón de pelos lo único que causó en el niño fue dolor y probablemente rabia/miedo si es una medida disciplinaria constante de parte de su cuidadora.
Es compensar mi debilidad como madre o padre de entender las necesidades de mi hijo, o la falta de paciencia y herramientas para llegar a él, con lo más animal que tenemos como humanos. La violencia, en cualquiera de sus formas (gritos, insultos, amenazas, tirones de oreja, palmadas en el poto, etc.) no conlleva a nada positivo. Solo siembra temor, desconfianza, insatisfacción, dolor, sufrimiento. Enseña que los golpes son una medida justificable y viable de utilizar para resolver algo, incluso ejerciéndola hacia nuestros seres queridos, especialmente aquellos indefensos. Por eso les invito a señalar la violencia invisible, a no ser ciegos de una realidad horrible, porque el silencio valida y justifica lo injustificable.
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