


Sacando cuentas, en la última habitación viven seis personas, pero advertimos solo tres camas de una plaza. “Mire compré este camarote ya que me habían prometido una en ayuda para mis hijos, al final me aburrí de esperar (del mismo Fosis) y me encalillé en hartas cuotas para que mis hijos puedan dormir mejor” indicándonos el mueble que lucía impecable.
Isidora
La tetera hervía y hervía sobre la nueva cocina. La ropa multicolor tendida sobre unos cables luchaba por secarse por fiadamente. Las paredes del humilde hogar mostraban las vetas de las planchas de maciza. Incoloras. Amarillas. Más tristes aún al recibir los rayos de una ampolleta de 25 watts, que lucía pecosa por el accionar de las moscas. “Mire esta es mi hija Isidora, es gemela con la Martina. Yo no encuentro que se parezcan mucho ¿qué dice usted?” me cuenta e interpela a la vez, mientras veo que la niña posa sobre una silla de ruedas junto a su clonada hermana. La niña -al nacer- tragó líquido amniótico, lo cual le produjo una suerte de parálisis cerebral en tal grado que la mantiene minusválida desde la cintura hacia abajo, pero su mente se encuentra intacta a tal grado que participa activamente de las actividades del jardín infantil que la Fundación Integra, sostiene en el populoso sector de Victoria. “Si quiere la podemos ir a ver al jardín para que la vea. Allí va todos los días con la Martina. Estoy agradecida de las “tías” ya que la cuidan y la hacen participar activamente. Más aún sabiendo que la Isidora usa pañales” adelantó Jeldrez Arias -hermana de Luis Alberto- quien murió trágicamente azotando su cabeza contra el pavimento en las inmediaciones del puente del Bajo Traiguén. Una vez en el recinto infantil hasta la pequeña Isidora nos condujo la directora del citado establecimiento -educadora de párvulos, Ingrid Cayul Lincoleo- quien prefirió que conociese a la niña en su entorno, evitando así que viese a su madre y soltara en llanto. La impecable sala no necesitaba más adornos ni accesorios que los propios niños. Isidora lucía feliz, ajena a toda miseria y dolor. En su pequeña sillita móvil -donada por el instituto Teletón- sonreía ante mí. No pude abstraerme y para ello lancé a todos. “¿Cómo se porta la Isidora?”. Un ensordecedor y al unísono se escuchó un… ¡Bieeenn! “Isidora es una niña muy inteligente, activa, participa mucho en clases y los niños la quieren mucho”. Explicó Cayul, quien coincidió con la madre de la menor al referirse al futuro de la niña. “Isidora en algún momento deberá dejar el jardín e ingresar a la educación básica y lamentablemente para niñas como ella no existen en Victoria escuelas especiales o personal que se dedique -como lo hacemos acá- en un cien por ciento a sus necesidades” dijo la directora, mientras la madre escucha como buscando una solución a un panorama futuro para nada alentador para su hija.
Gastos
Los ocho integrantes de la familia deben poseer una fórmula mágica para poder sobrevivir y soslayar un cuanto hay de necesidades a partir de los exiguos cien mil pesos al mes. “Mire mi marido cuando se paga, cancelamos 23 mil pesos de luz, 11 mil de agua, 15 mil pesos de gas y otros 10 mil pesos de leña para la cocina” Sumando son 59 mil pesos. Restan 41 mil, los cuales se destinan para la alimentación diaria. ¿Magia? ¿Habilidad? No. Realidad y entereza para sortear un pasar duro e injusto. “Mi hija Isidora recibe un bono SUF (subsidio único familiar) de 10 mil pesos. Con eso debo comprarle sus pañales, leche y medicamentos, ya que a los demás hijos no los puedo dejar mirando” acota Elizabeth, como esperando que yo le respondiese con una acertada solución a su doloroso pasar. “Gracias a Dios la Teletón me ayudó con una silla de ruedas y el equipo necesario para hacerle la terapia a mi hija, pero cada vez que debo llevarla al instituto en Temuco me resulta difícil, más aún cuando debo buscar el dinero para trasladarme hasta allá el cual me lo da el hospital de Victoria, pero en varias oportunidades me la dan de malas ganas o mal modo” agregó la madre mientras revolvía una olla, tratando de “armar” una exigua cazuela. Afuera, el frío amorataba las mejillas de unos niños que corrían tras una gastada pelota. “¿Sabe hace cuanto tiempo que no me compro una prenda de ropa? Me pregunta, sin saber que yo en parte conozco la respuesta, ya que desde que ubico a Elizabeth, siempre la he visto con su eterno polerón rosado y los mismos pantalones. “Estoy contenta eso sí -me dice- vivo con todos mis hijos y tengo un buen marido. Mi casa está calentita y nos las arreglamos para comer y vivir” me comenta a la vez que barre el living-comedor y cocina, como tratando de sacar una porfiada mugre que metros más allá -y en casi todo el sector- convive a diario con los vecinos, sumado a la gran cantidad de perros vagos que circulan y que literalmente se han tomado casi todas las calles del sector. Dejo la casa antes de hacer daño. Mi anfitriona ya me invitaba a almorzar. Un comensal más, dije. Es multitud.
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