Victoria.- (Equipo Gestión cultural Intercomuna)Nuestra provincia presenta un alto valor identitario, por un lado muy singular, pero a la vez exhibe una de sus mayores dificultades, su patrimonio es muy disperso en el territorio. Territorio cargado de símbolos, imágenes, ritos, leyendas e identidad, pero por sobre todo de una historia que hemos ido construyendo con la mirada propia, junto a la mirada del otro, y de los otros. Las Jornadas de Patrimonio cultural, buscan precisamente, eso, abrir aquellos regalos que no ha dado nuestra historia.
El patrimonio tangible presenta valores únicos en la distribución del territorio, se inicia en el valle Purén – Lumaco, con los kuel, una muy bien articulada red de manifestaciones funerarias que se comunican entre sí mediante relaciones visuales y espaciales. La “ocupación”, por su parte con toda su impronta de modernidad, nos instaló los fuertes: el embrión de nuestras ciudades. Le siguió el ferrocarril, cuya red fue sembrando una a una las estaciones ferroviarias, sus bodegas, sus casas para los funcionarios, pero también instaló aquellos recuerdos en los desnudos pueblos de Malleco. Este mismo gigante nos regaló aquel violín cuya sinfonía escuchamos los que vivimos al sur del Malleco, nos regaló aquel dragón, cuya bocanada expulsaba una cansada locomotora a vapor.
La necesidad de implantar y hacer productivas estas tierras, determinó la relegación del pueblo mapuche a tierras poco productivas, los obligó a cambiar su modo de vida, los forzó a reconocer cierta influencia occidental, de este proceso hemos obtenido los cementerios pehuenches de Icalma, uno de los pocos Monumentos Nacionales que presenta nuestra provincia. Su ubicación, nos transporta a un viaje por ritos, espacios de colores, nos permite apreciar aquella unión entre religiosidad y territorio.
“Utopía agraria”, fue uno de los conceptos que alimentó el desarrollo de las primeras industrias tras la ocupación, las haciendas con toda su intrincado tejido de viviendas, cuyo centro era la casa patronal, así su vida era definida por un ir y venir a sus bodegas, pabellones, estación y escuela. Un territorio donde la estaca y el alambre delinearon el nuevo paisaje agrícola de Malleco.
A ello, se suman los colonos, con sus austeras viviendas forradas en un oxidado latón, se alzan sobre unas suaves colinas, recogiendo un manantial de sueños de sus ríos cercanos. Esta es una síntesis ligera de nuestra historia, lo que nos ha regalado y que hoy disfrutamos como parte de nuestro patrimonio.
Junto a ello existen mujeres y hombres que han sabido comprender este proceso y así continuar con la historia que comenzaron a escribir otros. Malleco, nos ha regalado a Gabriel Díaz Morales, en Traiguén, quien ha recogido las espigas de la historia de esta ciudad, a Armando Dufey Blanc, y su inmensa colaboración en la educación, pero sus energías fueron escritas en cada tabla de la remodelación del edificio principal del Hogar suizo “La Providencia”. Hoy, hemos creído pertinente valorar el esfuerzo de Hugo Gallegos Bravo, con su museo y archivo que disfrutan muchos de los hijos de estas tierras, a las esforzadas integrantes de la “Orden Franciscana seglar” de Collipulli y finalmente a Hernán Cayumán Huircán, músico de Victoria, que ha narrado la historia en cada nota de su abundante trayectoria.
Nuestra provincia, es fruto de esta reciprocidad generada tras siglos de convivencia, y cuyo resultado podemos observar hoy, fue construida con las manos de mapuches, chilenos e inmigrantes, existe un crisol de tradiciones, que han fortalecido nuestra historia, y cuyo norte es siempre ver en los otros una parte de nosotros. Hace más de 100 años se comenzó a vivir nuestro propio proceso de globalización, que comenzamos a comprender recién hoy, pero el nuestro fue de una manera muy distinta: cara a cara.
Sin duda, un poco tarde se comienza a comprender su valor
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