jueves, 13 de noviembre de 2008

Las salas se desordenan para promover mejores aprendizajes

Mesas «socráticas» o circulares donde todos se ven las caras, trabajos por grupos pequeños, dúos o tríos, rincones temáticos, espacios tipo bibliotecas, salas multimedia e incluso lugares de encuentro virtual están haciendo que la estructurada sala de clases se empiece a desordenar y a repensar. El viejo esquema de los pupitres, la tarima y el pizarrón está pasando a la historia.
«Hoy, los escolares son constructores de sus aprendizajes y eso sin duda debe verse reflejado en el lugar físico donde estudian, con la posibilidad de que realicen distintas actividades simultáneamente, con alumnos desplazándose libremente, que puedan planificar su trabajo y sus horarios», dice Cecilia Hudson, académica de la Facultad de Educación de la Universidad de los Andes.
Claro que lo importante es que estos nuevos espacios estén asociados a nuevas maneras de trabajar y planificar la clase.
«No es llegar y sentar a un grupo de niños juntos, hay que pensar en espacios para cada necesidad y objetivo de aprendizaje, como espacios de conversación, de trabajo, espacios más íntimos, etc. La sala se transforma en una casa donde pueden pasar muchas cosas», sostiene.
Más que una moda
Es que no se trata sólo de cambiar el orden o la decoración. Éstos deben ser funcionales al tipo de educación que se quiera implementar. «Hay casos en que se cambia el mobiliario o se distribuyen las salas en grupos con las sillas alrededor de las mesas, pero las clases siguen siendo expositivas con el profesor al frente y los niños están todos chuecos y más incómodos que con una distribución normal de la sala», advierte Hudson.
Una opinión que comparte Viviana Gómez, académica de la Facultad de Educación de la Universidad Católica.
«La sala debe ser un espacio flexible, dependiendo de la forma de enseñar y de cada necesidad. Hay cosas que conviene hacer en grupos, otras en círculo, de frente a la pizarra, de manera individual, etc. Hay que pensar qué y para qué quieres enseñar de cierta manera, no sólo quedarse en la moda», sostiene Viviana Gómez.
Si bien el modelo de sillas y pizarrón sigue muy fuerte en los colegios, hay algunos establecimientos que han comenzado a poner el diseño de los espacios en función de sus metodologías de manera innovadora.
Uno de ellos es el San José de Chicureo. Su filosofía promueve que cada niño es diferente y tiene distintos talentos, intereses y vocaciones que desarrollar. Para potenciarlos trabajan sobre la base de una pedagogía activa, que intenta ofrecerles a los estudiantes posibilidades para que cada uno aprenda según sus ritmos.
Así, durante el Primer Ciclo Básico ocupan una metodología «de centros», donde los niños trabajan durante tres horas seguidas en distintos centros temáticos (de matemáticas, escritura, ciencias, etc.). Aquí pueden organizarse en grupos chicos o de manera independiente.
Cuando van subiendo de curso, los estudiantes pasan a trabajar en una metodología «de proyectos» y también en «aulas socráticas», donde los jóvenes se sientan en círculo, mirándose las caras y se organizan en grupos para entender, analizar y discutir textos e ideas.
«Todo esto impacta en el aprendizaje; son niños más analíticos, curiosos y expresivos, pero no es sólo por el mobiliario o la forma de sentarlos en la clase. Eso es sólo la consecuencia visible y una ayuda para potenciar todo nuestro modelo pedagógico», dice María Inés Badilla, directora académica y rectora subrogante del colegio San José de Chicureo.

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