Frente a los pésimos y desastrosos resultados acusadas en el Simce en todo el país, y particularmente en todo Victoria, útil es que las autoridades educativas conozcan el comentario que al respecto hace Mario Ferrari, representante de UNICEF para Argentina, Chile y Uruguay:
El proceso de crecimiento económico que ha experimentado Chile durante la última década ha estado acompañado de un mejoramiento de los indicadores sociales tradicionales vinculados a la educación, la salud y otros. Sin embargo, de crecimiento no se ha reflejado en un mejoramiento en la distribución del ingreso, el que continúa muy desigual respecto a los estándares internacionales. En Chile, hay una mayor proporción de niños que de adultos en situación de pobreza: uno de cada tres niños es pobre. Una sociedad, donde un tercio de su población infantil no tiene las condiciones básicas para desarrollar todo su potencial como personas y ciudadanos, lleva consigo una evidente fragilidad no sólo política y social, sino también económica.
Sin lugar a dudas, el mayor desafío es cómo seguir creciendo desde el punto de vista económico, pero con un mayor equilibrio en las oportunidades para todos. En ese sentido, se vuelve imperativo superar los niveles de desigualdad y, segmentación en los cuales viven los chilenos hoy en día, para alcanzar relaciones de convivencia más inclusivos: una sociedad verdaderamente moderna facilita la interacción de todos sus miembros. La exclusión de parte de la población de los beneficios del desarrollo, y la falta de igualdad de oportunidades que caracteriza a la pobreza, constituyen no sólo un importante desperdicio de recursos humanos, sino sobre todo una violación de sus derechos económicos y sociales. Esto hace que se plantee la necesidad de innovar en materia de políticas públicas. En esa tarea, el sistema educativo tiene una ubicación privilegiada.
El sistema escolar no puede seguir siendo el reflejo pasivo de las desigualdades. Una sociedad desigual encuentra en la educación una de las principales herramientas para su democratización; la educación debe ser un espacio de promoción de las personas, un agente transformador de su sociedad. Para la mayoría de las personas, sus esperanzas de movilidad social están sustentadas en ellos para acceder o heredar a sus hijos una educación de calidad.
La política educacional llevada a cabo durante los años noventa en Chile configura una agenda de reforma educativa de enorme importancia para el país, que ha implementado un conjunto amplio, complejo y sostenido de iniciativas de cambio. Lo anterior constituye un capital de mucho valor para el presente y futuro de los niños y adolescentes chilenos. Sin embargo, todavía está lejos de cumplirse el objetivo de asegurar a cada niño y adolescente (independientemente de su situación de origen) una educación de alta calidad.
En efecto, solo en la educación básica, y con algunas reservas, se puede decir que están resueltos los problemas de acceso y permanencia. El nivel de logro de objetivos de aprendizajes y desarrollo alcanzado por los alumnos, en todos los niveles de educación, es insatisfactorio. Las inequidades son de magnitudes intolerables; al mismo tiempo, el ritmo de disminución de dichas desigualdades es demasiado lento. Finalmente, en el sistema escolar operan prácticas relativamente extendidas de arbitrariedad, abusos, intolerancia y discriminación hacia los padres y los alumnos, que vulneran el derecho de todos a recibir un trato digno y lesionan el derecho a la educación.
En educación media, más de un tercio de los adolescentes -en el ámbito nacional- y casi la mitad -en los sectores más pobres- no termina sus estudios
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