Si consideramos que hay superpoblación «cuando hay más personas en la tierra de las que pueden vivir con comodidad, felicidad y salud, y con todo dejar un mundo en buenas condiciones para las generaciones futuras» (G. Morris), no será difícil convenir que las poblaciones han vivido con frecuencia más cerca del límite máximo que del óptimo para su número. Con todo, una cierta superpoblación era considerada por muchos como beneficiosa, e incluso como el motor del progreso biológico de las especies (Darwin) y como «el necesario estímulo para la industria» (Malthus) en la especie humana. Sin duda, el aguijón del hambre obliga a innovar o morir; mas habría que preguntarse si no caben otras fórmulas menos dolorosas y más eficaces, dado el gran número de especies que no se adaptan, sino que se anquilosan o perecen ante la necesidad, y la victoria pírrica de las que se superan ante los obstáculos, convirtiéndose en otras especies, con lo que perecen en cuanto tales. Se puede sostener una concepción nietzscheana de que el hombre «debe ser superado»: aún así, reclamamos que esa superación no sea demasiado rápida ni dolorosa, y con más garantías del éxito que el dejar la mutación al azar de los conflictos surgidos de la superpoblación: querernos que la evolución sea ya consciente (inteligente) y voluntaria (libre), realizada no con el desorden procreativo y la crueldad de Cronos, sino con el equilibrio racional de Zeus. La planificación de la reprodución es de tal importancia que constituye no sólo un derecho elemental para la familia, sino un grave deber para con la sociedad y las generaciones futuras.
Revisemos la historia, sin las interesadas anteojeras poblacionistas. La especie humana fue superando el «salvajismo» primitivo de los cazadores-recolectores, domesticando los animales y descubriendo la horticultura, en un período literalmente «edénico», «paradisíaco», que supuso una mejor alimentación, salud, ocio y creatividad técnica. Pero el incontrolado crecimiento poblacional obligó a adoptar la agricultura intensiva, que durante milenios ha constituido para casi toda la humanidad una condenación a trabajos forzados a perpetuidad, a ganar su cereal con el sudor de su frente. Tanto más cuanto que la fecundidad de la familia campesina disminuía su ingreso por persona y alentaba una emigración a ciudades cada vez mayores, que con sus mecanismos administrativos, militares y religiosos hambrearon también a los agricultores, más que proporcionalmente al número
de sus ciudadanos. Se agravó aún más la situación cuando los pueblos pastores, antes arrinconados por la fuerza del número de los agricultores y ciudadanos en las regiones esteparias e inútiles para la agricultura, al crecer allí a su vez en número y estar ya provistos de armas de hierro, animales de tiro, etc., no pudiendo encontrar ya sustento en sus propias tierras, invadieron a los pueblos agrícolas y los dominaron. Fue la venganza, míticamente embellecida, de los hijos del pastor Abel sobre los del agricultor y fundador de la ciudad, Caín.
La «Edad Media» de retroceso histórico no ha durado sólo un milenio, como dice la historia europea contada por los ciudadanos de la clase dominante, sino que para nueve de cada diez habitantes de esas culturas, los campesinos, ha sido tan larga como la agricultura intensiva, y para casi todos los habitantes de las ciudades, pero no «ciudades», al no ser ni dirigentes ni artesanos o comerciantes cualificados, ha durado tanto como la ciudad hipertrofiada, superpoblada, que sólo les admitía como servidores, soldados y esclavos, o les negaba todo reconocimiento formal manteniéndose como marginados y parias.
La historia, cuando no se comprende y remedia, se repite. Como hicieron los agricultores en el neolítico, los pueblos industrializados, los «maquinicultores», han podido multiplicar su número y dominar la tierra de los pueblos no industrializados, implantando en ella docenas de millones de colonos y destruyendo sus artesanías para imponer sus productos manufacturados, trastocando para ello su organización política, social y cultural: es decir, los han empobrecido, debilitado, subdesarrollado. Una vez más, la
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